(Por Simon Ventos Taborga para la Opinión de Tandil)
Hace algunos días a Carlitos lo nombraron placero simbólico de la Plaza Francisco Pancho Zeberio. El espacio verde está dentro del Estadio Dámaso Latasa, lugar en el que Carlitos pasa sus días.
Carlos Cobeaga nació en agosto de 1941 en un campo de Palomar, un paraje que queda entre La Dulce y Fernández. Su papá era peón y su mamá tenía bastante con sus seis hijos. A los tres años una meningitis casi lo mata: “Lo salvó una curandera, los médicos le dijeron a mamá que se lo lleven, que ya no había nada que hacer”, explica su hermana María Elena. En Lobería vivía Doña Ramona, la persona que en veinte días curó a Carlos.
La madre de Carlos lo llevó una sola vez al colegio. Le dijeron que no entendía nada y que en una escuela de campo no lo podían educar. Ella decidió que sería analfabeto al igual que ella, a pesar de que su esposo insistía con una educación alternativa para Carlos. “Hasta que vino a vivir acá, Carlos no sabía comer, se ensuciaba todo y mamá no lo retaba porque decía que era enfermo”, explica su hermana que tiene 83 años.
A María Elena le dejaron a su madre y a Carlos en la puerta de su casa. Uno de sus hermanos que vive en Mar del Plata le explicó que ellos dos necesitaban que alguien los cuide por 15 días. Nunca más los volvieron a buscar. En 1975 en la casa de la calle Nigro al 700 eran seis personas: María Elena, su marido, sus hijos, su madre y Carlos.
Muchas personas cercas a María Elena insistieron mucho tiempo con meter a Carlos en un geriátrico, sobre todo después de la muerte de su madre en 1985. Ella asegura que eso sería una locura porque “lo encerras y se vuelve loco: cuando llueve se queda mirando para arriba y me dice que es culpa mía”.
Carlos se encierra en el Club Ferro. El primer día que llegó a Tandil fue a la cancha con el esposo de María Elena, ferroviario y socio vitalicio del tricolor. Después de más de 15 años yendo a ver a Ferro, comenzó a colaborar con el club. Trabajo en la cancha y en la limpieza de la sede de la calle Colón. Aunque siempre hace mandados para su hermana y alguna persona, una sola vez trabajó fuera del club. Hace un tiempo empezó a barrer y ayudar a una vecina, rápidamente renunció: le explicó a su jefa que no tenía que trabajar porque estaba jubilado. En realidad no tenía tiempo para ir al club.